Para Borges el universo es un gran libro verde de eternidad, un espacio que nunca se terminará de reescribir, en donde el anonimato es un efecto de su perpetuidad. En este texto los escribidores son donantes de tiempo, cuya misión según la poética borgiana, es la de revelar la realidad como el mismo espejo. En este entrecruzarse de escrituras participan todas las épocas en un mismo tiempo escritural; la biblioteca y el laberinto como figuraciones de este entretejido infinito, dan cuenta de esa experiencia incesante, de manos inagotables, de ese “algo o alguien que escribe esta infinita algarabía que es la historia del mundo”.
En su voz confluyen la espada de Beowulf, Buenos Aires, Ulises, Francisco Laprida, Ugolino, Alonso Quijano y el general Quiroga. Las temáticas se abren a medida que se abren los anaqueles o el recuerdo que avisa en su ceguera. Ningún personaje es menor que otro, todos forman parte de esta inmensa red de muros interminables, que fue tan bien graficada en su cuento “La Biblioteca de Babel” de Ficciones.
La despersonalización le permite a Borges ampliar el canon y depurar la expresión, entrar en la máscara y en la historia del gran libro; pero en cada uno de sus personajes notamos elementos comunes, ya sea el canto por una gloria perdida, el recordatorio de los “días que fueron de otros, los ajenos y antiguos”, la ceguera y la lectura de lo real a través la duplicidad entre lo perceptible y su reflejo, el sueño, la muerte y la noche. Así conviven estos en un río en el que vuelven a correr las mismas aguas, como en el poema “La Noche Cíclica”, en donde la poesía se convierte en esa acción de asir lo cambiante otorgándole una forma, una línea, un comentario a pie de página.
El registro de Borges es la patria del Libro. La Biblioteca, el espacio del recuerdo y del titubeo al que lo tiene relegado su ceguera; en esta cumple la misión de Guardián, de uno más que realiza la imposible tarea de catalogar y rearmar el universo. Aquí no importa quién es, si es un yo plural o sólo una sombra, pues el arte del protector de las escrituras es similar al del escritor, fundidor de lo sempiterno; como nos dice en el “Otro poema de los dones”:
…Por el hecho de que el poema es inagotable
Y se confunde con la suma de las criaturas
Y no llegará jamás al último verso
Y varía según los hombres,…
Así este confidente del cosmos, minotauro del laberinto del lenguaje, es uno y todos, es la gran paráfrasis, polvo de estrellas que es Withman o Snorri Sturluson, Dante o Stevenson. Borges es un olvido de un verso de Verlaine, pero que es otro y el mismo, el diálogo interminable, el íntimo cuchillo en la garganta.
lunes, octubre 10, 2005
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